martes, 29 de enero de 2013

Hasta donde nuestro compromiso con la Tierra


HASTA DONDE NUESTRO COMPROMISO

CON LA TIERRA

 

Para todos los que hemos leído “Carta a la Tierra” no podemos sustraernos a la realidad de que si no nos vemos como seres humanos que conformamos una sola familia con un destino común poco podremos hacer para lograr revertir lo que hasta ahora hemos hecho con este pequeño punto azul en el universo como lo llamaba Carl Sagan.

La diversidad de culturas que hasta ahora conforman la humanidad no nos impide que tengamos un compromiso con la justicia económica que nos haga más sensibles hacia la realidad de la pobreza en nuestros países y comprometidos con una cultura de paz dado el nivel de intolerancia que mostramos hacia los pueblos que no comparten nuestra religión, nuestros valores o simplemente por el deseo de satisfacer nuestras propias necesidades aún a costa de avasallar los recursos naturales de otros pueblos en nuestro propio beneficio como se ha destacado especialmente en el consumismo energético a basa de derivados del petróleo.

Tierras fértiles, aguas puras y aire limpio deberían ser nuestras prioridades y los que de alguna forma podemos contribuir a ello debemos hacerlo sin dudar del compromiso. En nuestras casas, cuidando el consumo del agua, evitando la contaminación de las fuentes de agua o los ríos que atraviesan nuestras ciudades. Nos sensibilizaría mucho visitar la desembocadura del Río Grande de Tárcoles para ver de lo que somos capaces los que vivimos en el área metropolitana.

Como productor de piña conocí la realidad de la contaminación que este producto provoca en la tierra y en el agua, pues la enorme cantidad de químicos que hay que utilizar para combatir plagas y fertilizar provocan que el suelo termine esterilizado e inútil para utilizarlo en otros cultivos, lo mismo con la contaminación de las aguas favorecida por las escorrentías que se llevan a los ríos el suelo y los químicos aplicados al cultivo, provocando que cerca de estas plantaciones la vida acuática sea inexistente. Me di cuenta dolorosamente que debía asumir un compromiso por revertir como productor agropecuario esta realidad, con gran costo deje la producción de piña y me dediqué a la agroforestería con menos utilidades pero con mayor compromiso ecológico.

Como ciudadanos aún no hemos asumido al menos en nuestro país, un mayor compromiso por demandar de los gobernantes una mayor sensibilidad y compromiso con el consumo energético, especialmente el derivado del petróleo y por ello aún no se ven exenciones sustantivas por la importación de autos eléctricos, estímulos fiscales para la instalación de paneles solares o plantas eólicas caseras donde es posible por los vientos favorables para ellas.

Los patrones dominantes de producción y el consumismo han llevado a nuestras sociedades a la insensibilidad sobre el efecto que esta conducta causa en el medio ambiente, pues ha mayor producción de bienes suntuarios, en particular, mayor es el consumo energético y la contaminación ambiental tanto en líquidos industriales, como en gases y en sólidos no degradables, basta verlo con el efecto de los plásticos en el medio ambiente.

Ser más y no tener más es una responsabilidad social y universal con la que todos deberíamos estar comprometidos y por ello que una visión compartida de valores especialmente con las nuevas generaciones es una tarea que no debemos posponer más. En las ciudades nuestros hijos creen que ser mas es andar con ropa de marca, consumir sin importar el costo y volverse adictos al uso y consumo de aparatos tecnológicos que tratan de cambiar cada vez que el mercado les ofrece nuevos modelos por no quedarse atrás del resto de la camada a la que pertenecen, sin importarles los efectos ambientales que ello conlleva.

Ser conscientes de nuestra interdependencia con todos los seres vivos nos permitiría combatir nuestra soberbia de que como seres vivos en la cúspide de la evolución nos permitimos hacer lo que queramos sin mostrar ninguna preocupación por el efecto que provocamos. Al respecto muy bien lo ha señalado Paul Watson[1] en la recién entrevista vía Skipe que le realizara el periódico La Nación desde el Océano Antártico donde dirige la operación “Cero Tolerancia” a la caza de ballenas por la flota ballenera de Japón, al señalar  “Me critican porque dije que los gusanos eran más importantes que las personas. Yo lo dije porque es cierto. Los gusanos pueden vivir en la Tierra sin las personas, pero las personas no pueden vivir en la Tierra sin los gusanos. Esa es una realidad ecológica…”. Cuánta razón tiene, necesitamos a los gusanos pero ellos no nos necesitan pues sin gusanos o lombrices la Tierra no se airearía ni se fertilizaría y nuestros cultivos  no producirían. Recordemos que los indígenas al negociar un terreno tenían por costumbre contar el número de lombrices que tenía el terreno, en pequeñas áreas seleccionadas al azar, para determinar el nivel de fertilidad del suelo y así saber si convenía el trato o no.

Por ello poseer, administrar y utilizar los recursos naturales no nos da derecho a causar daños ambientales ni a impedir que las generaciones futuras disfruten de los recursos naturales que hoy nos ofrece la Tierra, basta ver el efecto que causamos con la cantidad de especies que ya están en estado de extinción por causas humanas.

En la relación de producción y consumo de productos naturales debemos apoyar el comercio justo donde productores y consumidores tengan reconocidos sus derechos y no como sucede actualmente donde las grandes cadenas comerciales imponen sus relaciones económicas a costa de los productores pagándoles por sus productos precios irrisorios que no compensan los costos de producción.

Así, velemos por una justicia social y económica acorde con la realidad de nuestras poblaciones, por un compromiso con una democracia efectiva, por un desarrollo sostenible, por una cultura de transparencia y de rendición de cuentas que desestimule la corrupción, por un fortalecimiento de nuestros valores  y mantengamos nuestra lucha por la sostenibilidad, la justicia y la paz.



[1] La Nación, 13 enero 2013, pág. 14 A